Una obra construida a base de trayectos. Javier Hernando

Hay en el trabajo de Pilar Cossio una presencia reiterada de determinados iconos: el-rinoceron-te, los zapatos, los aviones, las ciudades… Icónos que remiten a las vanguardias históricas del siglo XX: Sironi, Podsadecki, Rollar; o al gran Durero en el primer caso. Además con frecuencia es la misma figura la que aparece en diferentes obras, como si aquella imagen elegida, dentro del amplio repertorio posible, se elevara a la categoría de genérica, lo que vendría a indicar que a la autora le interesa sobre todo su valor semántico, o mejor, el significado alcanzado tras su conversión en imagen metafórica.

El rinoceronte representa en este ámbito radicalmente contemporáneo un inserto que sin embargo se integra de inmediato en virtud de su propio significado: el avance ininterrumpido. En efecto,’tras las superposiciones de imágenes que suelen articular las composiciones surge la impresión de tránsito, de cambio permanente. Y en ese sentido los zapatos puntiagudos, como la cornamenta afilada del rinoceronte o las termina-cipnes aerodinámicas de los aviones reiteran aquel significado.

La estrategia formal: esa especie de limpios collages que mediante las transparencias terminar por imponer una complejidad ordenada, se asemejan a las visiones utópicas urbanas de arquitectos de todo el pasado siglo. Pero, a diferencia de aquéllos, que las imaginaban como alternativas imposibles al caos urbano,’como fantasías que nunca llegarán a materializarse, las de Pilar Cossio encarnan una evidencia del presente; su propio cosmopolitismo, sus desplazamientos físicos que son también desplazamientos mentales, recorridos de la sensibilidad y la memoria, de la experiencia personal.

La discreta magnitud de cada una de las obras queda sobradamente compensada con la ritmo acelerado de las imágenes que contienen. Son pequeños flashes, momentáneos centelleos que se prolongan en las obras colindantes, que conducen de unos lugares a otros, prolongándolas conceptual, espacial y temporalmente. Porque este dinamismo, encarnación del sentimental, no conoce servidumbres. Avanza de manera incontenible, como ese rinoceronte que desborda los márgenes del soporte para invadir el muro, en lo que constituye uno de los emblemas formales más rotundos de este trabajo. La aceleración impuesta a la vida contemporánea puede tener, y tiene, otras orientaciones; puede erigirse en filosofía de la existencia. Una aceleración tamizada por la voluntad del sujeto que la convierte en vehículo director de sus trayectos.

JAVIER HERNANDO
Madrid, 2002